sábado, 18 de julio de 2015

No hay nada más estúpido que un turista durmiendo en un bus.Con su ropa que parece nueva, o acabada de sacar de la tintorería. El tipo de ropa que se pondría si de repente tuviera que trabajar de paleta, es lo que tiene carecer de estilo.
Preparado con su gorra, su almohada cervical y su bulto para guardar sus guías y la reflex mono-óptica que solo utiliza en modo automático, aunque a veces se atreva con algún modo con dibujos de animalitos.
Postura de voluntad derrotada, parece que espera su ejecución. Se despierta sobresaltado y, ajeno a paisajes y situaciones llenas de expresión, enseñanza y aromas se pone a mirar fotos con su conespecie en un teléfono que le ha costado más que el vuelo que lo trajo y para el que necesitaría medir 4 metros para poder operar cómodamente.
Éste debe ser algo artistilla ya que deja ver un lápiz naranja y otro azul al buscar los cascos para ver una ponencia de la uni.
Mientras tanto seguimos parados, a nuestro lado no dejan de pasar autobuses y camiones hacia nuestra partida. Seguramente llevan todos los suministros necesarios para abastecer una infraestructura basada en él. Aunque en tiempos de terremoto nunca se sabe.
En seguida se cansa y sigue con sus fotos de postal. Uno de sus coetáneos le pasa una libreta. Contiene lo que parece un diario (realmente no se Kung-Fu). Lo ojea con curioso desdén y enseguida vuelve a recaer en sus fotos (yo por mi parte también voy sacando las mías, con un teléfono en modo avión que espero me dé hasta el ocaso).
Sigue con las fotos (me aburro de observarlo, me canso de escribir y me pongo a leer).

Al despertar de nuevo me pregunta si soy poeta. Confirmo que es arquitecto, aunque koreano, y está limpiando escombros en vez de construir. Al final todos tenemos un corazón.